¡Hola! Soy Raúl Estrada Zamora, periodista cubano. Busco a personas de cualquier parte del mundo que tengan alas buenas para volar en pos de la felicidad y sepan respetar y tratar a los demás de igual a igual, a las buenas, aunque piensen de manera diferente. soyraulez@gmail.com

15 de enero de 2011

Silvio, tan alto como la Palma Jata

 Como bien saben quienes acceden a Alasbuenas, casi nunca publico en este blog materiales que no sean de mi autoría; pero hoy hago una excepción para regalarles esta bárbara crónica de mi colega Bárbara Vasallo sobre ese entrañable compatriota nuestro que siempre está pariendo un corazón. Aclaro que para los cubanos, en el lenguaje coloquial, lo bárbaro no es lo salvaje, sino lo muy bueno, lo máximo, lo insuperable.


   Viernes 14 de enero y tarde fría. Todo el mundo sabía dónde quedaba el centro del barrio La Jata, en Guanabacoa, que debe su nombre a una palma que siempre se empinó en aquel lugar místico.
   Pulseras y collares de colores en honor a los Orishas del Panteón Yoruba, asomaban en cuellos y muñecas sin reparo, pues los habitantes de este sitio presumen de raíces y ancestros.
   Viernes 14 de enero y tarde fría. Hasta el barrio periférico de la urbe habanera llegó Silvio Rodríguez en su afán por expresar que la cultura y la música enriquecen la espiritualidad, pueden sanar heridas y estar en la preferencia de la marginalidad que se refugia en aquellas calles recónditas.
   Antes, otras localidades como La Corbata o La Güinera vivieron la experiencia de tener entre ellos al cantautor de multitudes, a quien aplauden en Chile, México o Nueva York, el hombre que le canta a la mujer con sombrero, se convierte en escaramujo, recalca su necedad y hace tiempo apostó vivir en un país libre.
   Junto a Silvio aparecieron otros músicos, trovadores y artistas. Unos, para subir al escenario a entregar alma y fe; otros, prestos a seguir al amigo en la cruzada y a disfrutar de antológicas piezas, coreadas a gritos por los miles que llegaron más allá de Guanabacoa.  
   Entre el público diverso del occidental barrio de La Jata, asomaron rostros incrédulos, como quien dice "esto no está sucediendo"; otros, simplemente felices. Los más, cantaron de memoria cada uno de los temas con emoción no contenida, y los jóvenes saltaban, dispuestos, para alcanzar el cielo.
   Mientras parpadeaban flashes y bombillos rojos de las cámaras, aquellos hombres y mujeres se desprendían de abrigos y bufandas. En Guanabacoa funcionó el hechizo y Silvio creció, creció tan alto como la Palma Jata.

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